miércoles, 9 de noviembre de 2011

Días que terminan en "s"

Una de las peores (¿mejores?) cosas de levantarte una mañana sintiéndote melancólica, así sin más, es que el motivo de la melancolía suele ser tan aleatorio como el sentimiento en si.

Ejemplo:
Hoy me he despertado echando de menos las comidas con mi padre en "el bar de abajo", en las que él leía el periódico sin prestarme ninguna atención, yo miraba disimuladamente al camarero guapo que tocaba en un grupo de rock, y al final tomabamos café compartiendo un milhojas y me contaba anecdotas deprimentes sobre sus viajes/insistía en la importancia de que yo me convirtiera en ingeniero de caminos y me quitara de la cabeza esa tontería de ser escritora/diseñadora de moda/directora de cine.

Mi pobre padre. Si no fuera porque fue incinerado y porque no existe el "más allá", estaría segura de que está revolviéndose en su tumba.

De alguna forma, esa melancolía ha ido transformándose poco a poco, pasando por "ese viaje a EEUU", "esas increibles sesiones de sexo con aquel novio", "esas duchas frias antes de trabajar en aquella casa que no tenía ni caldera", y al final del día he terminado echando de menos la tienda de alimentación (TambiénConocidaComo "el chino") que había cerca de mi anterior casa.

Era el mejor chino del mundo. En serio. Tantas, tantísimas veces he hecho excursiones al filo de la madrugada, en pijama y abrigo, para comprar papel higiénico y chocolate, o una bombilla y pasta de sobre, y nunca me miraron como si estuviera loca, siempre fueron amables e incluso me regalaron caramelos y bombones en Navidad o San Valentín y alguna vez al comprar tampones o si me veían con mala cara.
Hoy me habrían hecho tanto bien.

A las nueve de la noche, vestida con una minifalda y una camiseta transparente, he decidido anular mi plan de ir a un concierto, emborracharme y ligar con chicos guapos, porque me ha venido la regla y el dolor, la pereza y la melancolía absurda que llevaba arrastrando todo el día me han podido. Plan alternativo: bajar al chino a comprar algo rico de cena, tampones y té, y volver a casa para pasar la noche viendo programas de cocina/moda, cual mujer que por una noche no tiene que demostrar (fingir) que es inteligente o tiene gustos sofisticados.

He bajado a la calle, maquillada y arreglada aun, y todo han sido decepciones. No tenían la pasta de sobre que me gusta, ni siquiera ramen, la única leche era de una marca que aborrezco (soy una elitista de las marcas de leche, cada uno tiene sus cosas), sólo había cinco o seis tipos de galletas, nada de bollos o donuts, nada de panchitos o patatas fritas sin marca, nada que pudíera satisfacer mi Noche Especial en la que el Sentimiento de Culpa No Existe Porque, Hey, Tengo la Regla.

He salido de allí con un cartón de leche que no me gusta, pasta que no me gusta, una bolsa de patatas que no he comido desde los 15 años y una caja de tampones tan cara que no me hubiera extrañado demasiado si estuvieran recubiertos de oro (no lo están).
Por suerte, no hay nada que un poco de leche con galletas (aunque la leche esté aguada y las galletas sean mediocres) no puedan arreglar, y tumbada en la cama viendo a George Carlin decir palabrotas sin parar, mi decepción se ha mitigado un poco.

Pero aun pienso en mi padre que, si no calculo mal, hoy habría cumplido 57 años, y en qué pensaría si supiera que soy una camarera sin demasiados planes de futuro. Y creo que se habría reido de mi por no haber elegido aun una buena tienda en el barrio, después de casi seis meses viviendo en esta casa. Porque él, entre otras muchas cosas, era experto en saber siempre dónde encontrar lo que necesitaba, como me demostró alguna vez trayendo fresas, chocolate, pastillas para el dolor y revistas de moda japonesas en mitad de la noche.

Y yo aspiro a eso: a saber siempre dónde encontrar lo que necesito.

1 comentario:

Unknown dijo...

No tenía ni idea de qué blog era éste al verlo en Reader con una post nuevo xD